Llega la noche, en silencio.
La arboleda duerme
y se inquieta por la brisa…
Llegan las sombras
cogidas de la quietud pasmosa
y se extienden
como un borrón sobre el paisaje.
Se asoman las estrellas temblorosas
en su lejanía,
oteando aquellos brillos del rocío
y desafiando este recorte de penumbras.
Llega la noche, tan callada,
tan despacio…
Como el vuelo grácil de la grácil mariposa,
intemporal y vaporosa,
como la rosa de la muerte prematura,
que se marchita y se deshoja,
como la palabra que no ha sido pronunciada,
infértil por ella misma,
como el eco absurdo de la frase nunca dicha,
que jamás nos la recuerda,
como el beso de las aguas a la arena…
infructuoso para siempre…
Llega la noche con su soledad impuesta,
camina por los rincones
sembrando la paz umbría,
lamiendo la arboleda con su saliva obscura,
aferrándose a lo incierto,
con la garra de los sueños
y volcando su misterio
sobre el alma de los lechos.
Viene con el frío entre sus manos,
con sus fantasmas carcomidos, de leyenda,
caminando lentamente,
con sus pasos comedidos,
cabalgando entre los surcos de la huerta,
ascendiendo por las uñas de la hiedra,
arrancando su esplendor a la pineda…
Y el corazón duerme…
Duerme ajeno a la negrura,
duerme entre sus sueños y quimeras,
en la laxitud de las querencias.
Y tus besos duermen…
arropados de carmín de fuego,
envueltos en sabor de coco…
húmedos…
sutiles…
La noche llega y todo duerme
duerme el sol y la belleza,
duerme el verde y la pradera,
duerme el cuervo y la corneja,
duerme el mundo…
solo el reloj camina…
y nos despierta.
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