Y el cielo descargó su ira…
El mar abrió sus fauces
con espumas de odios cabalgando
sobre el oleaje desesperado
que se abalanza a las arenas
engulléndolas en un quehacer siniestro.
La luna temerosa…
Oculta en algodones
de plomizos desenredos,
perdió la lozanía del dintel celeste
y la compaña temblorosa de sabores rutilantes.
El agua se ha volcado sobre el mundo
en la negrura de la noche,
muertas ya las mil siluetas,
cuando los brillos se han perdido y a deshoras,
cuando el terror atruena estremeciendo los cimientos
de la tierra que agoniza por lo incierto.
Feroz, Vulcano, descarga el odio de su fragua,
sellando las negruras en su luz.
Como un suspiro efímero
de sol en plena noche,
vuelca rayos que desgarran en jirones
el cielo abierto por su herida.
Acuchilla la locura tremebunda de la noche
escribiendo miedos en las nubles,
gritando la amenaza incomprensible,
cortando el horizonte que sangra luz a borbotones.
Las pisadas dantescas dejan huellas
en el cieno y cadáveres que bordan la inmundicia.
Ríos alocados roban la esperanza,
arrastran ilusiones e impotencias
sobre sus lomos agitados
y desgarran la belleza de la orilla
en grotesca ceremonia hacia los mares.
Escriben el dolor sobre las venas
y rugen en los ojos de los puentes
dando furiosos empellones con afán de derribarlos.
Llegan, desbordados de muerte y sueños,
a un piélago que ruge y los engulle
en un ritual lóbrego y de pasiones desbocadas.
El amante de la playa se ha marchado
se fue su bucólica mirada,
se fueron los besos verdes del reflejo,
se fue esa mueca de la luna
que plateaba las arenas,
se fue el amor por esa noche…
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