“Mamá, yo quiero una estrella”
decía y la señalaba
el niño, mirando al cielo,
arrasado por sus lágrimas.
“Mamá, yo quiero tenerla”
decía mientras saltaba
y movía sus bracitos
en intentos de alcanzarla.
Saltaba en esfuerzos vanos,
de nuevo, otra vez, saltaba
con sus dedos extendidos
arañando la luz blanca.
Y sus lágrimas caían,
como perlas olvidadas,
rodando por sus mejillas
y nublando su mirada.
“Mamá, yo quiero esa estrella”
y el dedito señalaba,
con inocente impotencia,
al confín de las galaxias.
“No puede alcanzarse, niño”
y su madre le besaba
“No puede alcanzarse, niño”
y le limpiaba sus lágrimas.
“Las estrellas son de Dios
-nuevamente le besaba-
las puso para lucir
y hacer las noches más claras”
Y el niño miraba al cielo,
a las estrellas lejanas,
sin saber que las había
encerrado con sus lágrimas.
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