Los violines abren la aurora
cuando los árboles lloran…
…lloran las hojas ya muertas
como lágrimas vencidas,
amarillas del desgaste
que retozan con el viento
en un claro jolgorio de luz y cuento.
Una trompeta recuerda
los quejidos del otoño
en un trémolo alargado
que galvaniza los rincones umbríos
de los amores desvaídos.
Queda en el aire la sombra
de las noches estrelladas
que se han ido muriendo
desvencijadas de estrellas
y preñadas de algodones y cometas.
Las mimosas, adormecidas ellas,
corren por el paisaje
con sus enaguas de puntillas blanquecinas
en una nostalgia amarilla que se quedó
meses atrás prendida en los silencios del recuerdo.
Los violines rezan en la mañana
un Ave María de rizos musicales
que se encarama por los arabescos catedralicios.
Escalan lo más hondo del sentir
para llegar al alma
y tañen las fibras del sentimiento
para brotar por los poros de la piel
cual gotas cristalinas
que mueren en el olvido más recalcitrante.
Y yo, aferrado a mis ideales,
a los tuyos,
a los de ambos
dejo perderse mi mirada
por el sendero de las delicias
para llegar al aura que te envuelve
y saborear las pasiones que destilas
y que tan desinteresadamente
dejas caer hasta cubrirme.
Para llegar a ti,
a cada neurona suelta,
a cada latido desacompasado
y a cada suspiro descolgado de tus labios.
Para llegar a la cópula
de luces y sombras,
al amancebamiento de hierba y hojarasca,
al matrimonio perfecto de verdes y amarillos
que matiza el otoño de mi vida.
Para que lloremos la conjunción
de una sola lágrima errabunda
por este impávido universo.
Para llegar a ti
y escribirte mi epitafio
con un rosario de besos.
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