Afuera el frío se clava
con garras sobre la tierra
y deja lágrimas blancas
cogidas sobre la hierba.
Consigo trae de la mano
la soledad de la piedra
y acordes de una campana
que brotan desde la iglesia.
Las calles, sin sol, vacías,
arrastran lodo desiertas
y pasan de casa en casa
buscando una puerta abierta.
Un viento norteño silba,
camino de la alameda
callando el rumor del agua
del caño que cristalea.
Los tilos, que hoy van desnudos,
caminan por las aceras
en busca de algún abrigo
que afuera las horas hielan.
Hoy ni ladridos ni perros,
ni trinos en la arboleda,
no suena ni un solo paso
porque hoy ya nadie pasea.
¡Qué tristes son las mañanas
que lucen esta tristeza!
¡Qué tristes los cielos grises
sin lunas y sin estrellas!
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