martes, 4 de septiembre de 2007
CASAS
Esas casas pasmadas y aquietadas
vestidas de colores y azulejo
que miran insolentes la montaña
chepuda que descansa, allá, a lo lejos,
conviven, con tocado en teja roja
mirando de costado a los inquietos
arbustos que se visten con sus hojas
esmeralda, apoyados en los setos.
Esas casas de tez tan blanqueada,
con los ojos abiertos en cuadrado,
contemplan la sierpe, que asfaltada,
se arrastra por el suelo y a su lado.
Contemplan aquel pájaro callado
que cuelga domicilio en los aleros,
que viste con su frac almidonado
y vuela dibujando siempre en negro.
Contemplan los paseos de aquel viejo
que carga sobre el hombro tantos años
y que acusa encorvado por el peso
la ausencia del vigor que había antaño.
Esas casas que duermen en rosario,
peones de un tablero silencioso,
resguardan alegrías y calvarios
que ocultan, indolentes, al ocioso
y viven asentadas en su sitio,
mirando con descaro hacia los vientos
que rascan en la piedra y el ladrillo
cogidos a las garras del cemento.
Son casas que conviven en manada,
mirando al horizonte distraídas,
y abiertas totalmente sus ventanas,
se lamen, sin moverse, en sus heridas.
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