Pasa el coche susurrándole al asfalto
y besando acalorado sus arenas,
va dejando su gruñido entre sus piernas
y se aleja muy veloz hacia lo alto.
Atrás queda la revuelta polvareda
que, despierta y agitada como nube,
desgañita sus volutas que se suben
extrayendo los silencios que nos quedan.
Poco a poco va fluyendo hacia su lecho
como el agua que discurre hacia la mar
y se asienta cuando otro auto, en su pasar,
nuevamente la levanta hacia los cielos.
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